Capítulo II

Flinx, por supuesto, no era un guía profesional, pero conocía diez veces más sobre el verdadero Drallar que los aburridos empleados gubernamentales que conducían las giras oficiales a los puntos interesantes de la ciudad ante los asombrados habitantes de otros mundos. Más de una vez, en el pasado, había desempeñado esta función para otros clientes del Pequeño Symm.

Estos, sin embargo, habían resultado ser unos turistas bastante inusitados. Les enseñó la gran plaza del mercado central, donde podían encontrarse mercancías procedentes de medio Brazo. No compraron nada. Les condujo ante la gran puerta del Drallar antiguo, un monumental arco excavado en dióxido silíceo de agua pura por los artesanos nativos y tan antiguo que no estaba registrado en las crónicas de palacio. No hicieron ningún comentario. Les llevó también a las rojas torres donde la fantástica flora de Moth crecía lozana en invernaderos bajo los tiernos cuidados de los consagrados botánicos reales; después, a los pequeños y escondidos enclaves donde podía comprarse lo curioso, lo escaso y lo prohibido. Vajillas adornadas con joyas, obras de arte, armas, utensilios, gemas, extrañas tierras y vestimentas, billetes para cualquier parte. Instrumentos científicos, hembras o cualquier sexo de cualquier especie. Drogas medicinales, alucinógenas, mortales, preservativas, lecturas del pensamiento y de la mano. Sólo muy raras veces hicieron este o aquel pequeño comentario sobre lo que veían. Uno casi podría pensar que se estaban aburriendo.

Una de estas veces fue en la tienda de un antiguo cartógrafo, y entonces en un lenguaje incomprensible para el políglota Flinx.

Sí, para ser dos que habían parecido estar tan necesitados de un guía, hasta ahora habían mostrado una notoria falta de interés en los alrededores. Parecían mucho más interesados en Flinx y en Pip que en la ciudad que se les estaba mostrando. A medida que transcurría la tarde, Flinx se sintió sobresaltado al comprender cuánto habían aprendido sobre él a través de las preguntas más inocentes e indirectas. Una vez, cuando Truzenzuzex se había inclinado hacia adelante para observar más de cerca al minidrag, éste se había retirado cautamente y escondido la cabeza fuera de su vista detrás del cuello de Flinx, hecho en sí mismo raro. Generalmente, la reacción normal de la serpiente era de pasividad o de beligerancia. Que Flinx recordase, era la primera vez que mostraba incertidumbre. Truzenzuzex, aparentemente, no dio importancia al incidente, pero no volvió a intentar aproximarse de una manera tan cercana al reptil.

—Eres un guía sobresaliente y un alegre compañero —dijo el thranx—; yo, por lo menos, me siento afortunado de tenerte con nosotros.

Habían continuado andando, y ahora estaban a bastante distancia del centro de la ciudad. Truzenzuzex hizo un gesto hacia adelante, allá donde los hogares-torres de los ricos se extendían a lo lejos en el esplendor del paisaje.

—Ahora nos gustaría ver los cuidados campos y jardines colgantes de los barrios centrales de Drallar, de los cuales los dos hemos oído hablar mucho.

—Me temo que no puedo ayudaros en eso, señor. Los terrenos del barrio de Braav están cerrados para aquellos de mi clase, y hay guardianes armados, apostados en las murallas para impedir que la gente vulgar infeste los jardines.

—Pero, ¿conoces la forma de entrar? —aguijoneó Tse-Mallory.

—Bien —comenzó Flinx lentamente. Después de todo, ¿qué sabía él verdaderamente de aquellos dos?—. De noche, algunas veces me he visto en la necesidad de hacerlo..., pero no es de noche ahora y seguramente seríamos vistos saltando las murallas.

—Entonces entraremos por la puerta. Llévanos allí —dijo firmemente, acallando las incipientes protestas de Flinx—, y nosotros nos encargaremos de pasar a través de los vigilantes.

Flinx se encogió de hombros, irritado por la testarudez del hombre. Que lo viesen por sí mismos entonces. Pero añadió un postre caro a la comida de aquella noche. Los condujo hasta la primera entrada y permaneció en un segundo plano, mientras el grueso e imperioso hombre que holgazaneaba en el pequeño edificio se acercaba a ellos, gruñendo de forma audible.

Entonces fue cuando tuvo lugar el acontecimiento más extraño de todo el día. Antes de que el obviamente antagónico individuo pudiese siquiera proferir una sola palabra, Truzenzuzex metió una de sus verdaderas manos en una bolsa y extrajo de algún lugar en su interior una tarjeta que colocó bajo los ojos del hombre. Estos se dilataron, y el hombre se deshizo en saludos, mientras toda la belicosidad de su actitud se derretía como cera. Flinx nunca había visto a uno de aquellos guardianes, hombres ampliamente caracterizados por su elaborada rudeza y sospechosos amaneramientos, reaccionar tan desamparadamente ante nadie, ni siquiera ante los mismos residentes en aquellos barrios. Su curiosidad acerca de la naturaleza de sus amigos creció todavía más. Pero permanecía básicamente ininteligible para él. ¡Aquella maldita cerveza! Le parecía que alguna vez anteriormente había oído el nombre de Tse-Mallory, pero no podía estar seguro. Y habría dado mucho por una ojeada a la tarjeta que Truzenzuzex había mostrado tan negligentemente por un momento al guardia.

El camino estaba ahora completamente libre. Por lo menos, tendría la oportunidad de ver algunas cosas familiares por primera vez a la luz del día, a placer además, sin tener que mirar continuamente por encima del hombro.

Pasaron silenciosamente entre los campos de esmeraldas, semejantes a parques, y las tintineantes cascadas, cruzándose ocasionalmente con algunos residentes ricamente vestidos o con algún criado sudoroso, asustando a veces un ciervo o phylope ante los arbustos.

—Tengo entendido —dijo Tse-Mallory rompiendo el silencio— que cada torre pertenece a una familia y es conocida por el nombre de ésta.

—Es la justa verdad —replicó Flinx.

—¿Y esos nombres te son familiares?

—La mayoría, no todos. Puesto que sentís curiosidad, nombraré aquellas torres que conozco, según las pasemos.

—Hazlo.

Parecía, algo tonto, pero ellos pagaban; así que, ¿quién era él para discutir su inutilidad? Añadió un maravilloso vino al menú de su cena.

—Esta —dijo cuando llegaron ante una alta torre vidriada en negro—, es la casa de Malaika. Un nombre equivocado, señor. Tengo entendido que significa «ángel» en un lenguaje terráqueo muerto.

—Ningún lenguaje terráqueo está muerto —dijo Tse-Mallory crípticamente, y después—: ¿Aquél llamado Maxim?

—Oh, sí. Lo sé porque he actuado aquí varias veces en el pasado, en fiestas. La siguiente, la amarilla...

Pero observó que no le escuchaban. Ambos se habían detenido junto a la negra torre y estaban mirando hacia arriba, donde las protoarcadas de cristal, con tintes rosas, rodeaban los pisos superiores y colgaban por encima de la lozana vegetación de las enredaderas y arbustos en el aire.

—Es fortuito —oyó decir a Truzenzuzex— que os conozcáis el uno al otro. Podría o no facilitar algunas cosas. Vamos, haremos una visita a tu señor Malaika.

Flinx se sintió completamente cogido por sorpresa. ¿Era ésta la única razón por la que le habían alquilado? ¿Llegar hasta aquí para no poder hacer nada? Después del rey y sus ministros, las familias de comerciantes de Drallar, nómadas que habían llevado sus talentos fuera del planeta, eran allí los individuos más ricos y poderosos. Y posiblemente algunos quizá más ricos, ya que la extensión de sus grandes fortunas era un tema en el cual incluso el monarca no podía inquirir con impunidad.

—¡Solamente es un conocido superficial, señores! ¿Qué os hace creer que ,tan siquiera nos recibirá?

—¿Qué te hace pensar que no podremos entrar en un barrio tan poco accesible como éste? —replicó confiadamente Truzenzuzex—. Nos recibirá.

Los dos se dirigieron por el pavimentado camino hacia el gran arco de entrada de la torre, y Flinx, exasperado y perplejo, no pudo hacer otra cosa que seguirles.

La doble puerta de sencillo cristal grabado conducía hasta una sala cupulada, adornada con estatuas, pinturas y diagramas mentales que incluso el poco entrenado ojo de Flinx podía reconocer como de gran valor. Allá, al fondo, había un simple ascensor.

Se detuvieron delante de la madera, con incrustaciones de platino. Una voz femenina les saludó mecánicamente desde una rejilla colocada a uno de los lados.

—Buenas tardes, gentiles seres; sed bienvenidos a la casa de Malaika. Por favor, el motivo de vuestra visita.

Ahora se terminaría aquella locura. El mensaje había sido transmitido muy finamente. El ambiente era agradable. Por el rabillo del ojo pudo ver una pantalla, delicadamente pintada, agitándose en la ligera brisa provocada por los ventiladores de la cámara, detrás de la cual, sin duda, la boca de un cañón láser o cualquier otro artilugio inhospitalario estaría enfocándoles. En el vestíbulo hacía un confortable frescor, pero a pesar de ello, sintió que comenzaba a sudar.

—El ex canciller segundo, sociólogo Bran Tse-Mallory, y Eint Truzenzuzex, primer filósofo, presentan sus respetos a Maxim, de la casa de Malaika, y querrían hablar con él, si está en su hogar y dispuesto a ello.

La mente de Flinx abandonó abruptamente la idea de echar a correr hacia la entrada. ¡No era extraño que el guardia de la entrada les hubiera dejado pasar tan fácilmente! Un hombre de la iglesia y un científico puro. De alto rango además, aunque Tse-Mallory había dicho ex. Canciller segundo, eso era por lo menos a nivel planetario. Estaba menos seguro de la importancia de Truzenzuzex, pero sabía que los thranx concedían a sus filósofos o teóricos una estima igualada solamente por la que otorgaban a las Madres de la Colmena honorarias y a los Primeros Cancilleres de la Iglesia. Su mente se inundó de preguntas, todas teñidas tanto por la curiosidad como por la incertidumbre. ¿Qué estaban haciendo dos eminencias como esas visitando los barrios pobres, en un sitio como el establecimiento del Pequeño Symm? ¿Por qué le habían escogido como guía —un jovenzuelo, un don nadie— cuando podrían haber tenido una escolta real con un ministro del rey? Esa respuesta podía leerla claramente. Incógnito; esta sola palabra decía mucho e implicaba más. Por el momento, ¿qué tratos tenían dos mentes tan sofisticadas con un sólido y terreno mercader como Maxim Malaika?

Mientras estaba ofuscadamente formulándose preguntas sin respuesta, en algún lugar una mente había llegado a una decisión. La rejilla habló de nuevo.

—Maxim, de la casa de Malaika, ofrece sus saludos, aunque asombrado, y conversará inmediatamente con los honorables señores. Desea que los dos... —hubo una pausa, mientras un ojo escondido en algún lugar escudriñaba—, los tres suban. En este momento él se encuentra en la sala porticada del sudoeste y quisiera saludaros allí lo antes posible.

La voz de la rejilla se cortó, e inmediatamente las puertas ricamente veteadas se deslizaron hacia atrás. Hombre y thranx penetraron espontáneamente en el oscuro interior. Por un segundo, Flinx se preguntó si seguirles o echar a correr, pero Tse-Mallory decidió por él.

—No estés ahí cazando moscas, joven. ¿No le oíste decir que deseaba vernos a los tres?

En ninguna parte pudo Flinx detectar malignidad. Entró. El ascensor los contenía a los tres más que cómodamente. El había estado antes en esta casa, pero si había alguna cosa que supiera con certeza, era que no estaba siendo llamado ahora para procurar un espectáculo. Y ésta no era la entrada para sirvientes que había utilizado anteriormente. El blando sonido del aire al cerrarse las puertas resonó como una explosión en sus oídos.

Al final de su ascensión fueron recogidos por un alto esqueleto de hombre, vestido con la librea negra y escarlata, los colores de la familia Malaika. No dijo nada, mientras los conducía hasta una habitación que Flinx no había visto anteriormente.

El fondo de la habitación parecía abierto en el cielo. En realidad, era una de las protoarcadas de cristal que hacían de esta sección de Drallar una especie de bosque engalanado de joyas. Por un momento, tembló al pisar lo que parecía un resbaladizo vacío. Los dos científicos no parecieron afectados. El había estado actuando anteriormente en una de aquellas salas, opaca. Esta era perfectamente transparente hasta el suelo, con sólo una ligera traza de color rosa. Miró hacia arriba, y el vértigo desapareció.

Toda la decoración era en negro y rojo, con el ocasional colorido brillante de un artículo u obra de arte importado. El incienso colgaba empalagosamente en el aire. A lo lejos, el sol de Moth había comenzado a ponerse, difuminado por la perpetua neblina. En Moth oscurecía pronto.

Sobre uno de los numerosos y blandos sofás se sentaban dos figuras. Reconoció inmediatamente a una de ellas: Malaika. La otra era más pequeña, rubia y de una complexión totalmente diferente. Su cabello, largo hasta la cintura, constituía la mayor parte de su atuendo.

La voz que retumbó desde el grueso y musculoso cuello semejaba un volcán en reposo que volviese a la vida.

—¡Je! Nuestros visitantes están aquí. Corre Sis-siph, querida, y ponte más bonita.

Le dio un aplastante pellizco en la mejilla y la envió fuera de la habitación con un resonante azote sobre la parte más prominente de su anatomía. «Es una nueva», pensó Flinx. Esta era rubia y un poco más madura en curvas que la anterior. Aparentemente, los gustos del comerciante crecían según lo hacía su barriga. Aunque, en verdad, sólo ligeramente se mostraba todavía.

—¡Bien! ¡Bien! —explotó Malaika.

Sus dientes resplandecieron blancos sobre el rostro de ébano brillando entre mechones de rizada barba. En dos zancadas se acercó a ellos, estrechando sus manos.

—Bran Tse-Mallory y Eint Truzenzuzex. Usita-wi. ¿El Trunzenzuzex?

El insecto ejecutó otra de sus lentas y graciosas inclinaciones.

—Necesariamente me declaro culpable de esta acusación.

Flinx tuvo tiempo para admirar las habilidades del insecto. Debido a la naturaleza de su fisiología, los thranx eran generalmente en extremo rígidos en sus movimientos. Ver a uno de ellos inclinarse como lo hacía Truzenzuzex era excepcional.

Cuando la Liga Humanx estaba en proceso de formación, los humanos se habían maravillado del resplandeciente azul y de la azul-verdosa iridiscencia del colorido del cuerpo thranx y habían desfallecido ante el aroma natural que exhalaban. Miserablemente se habían preguntado qué es lo que los thranx podían ver en sus blandas y apestosas personas de color parduzco. Lo que los thranx habían visto era una flexibilidad acompañada de una fortaleza que ningún thranx podría nunca aspirar a igualar. Pronto compañías de danza trashumantes, procedentes de planetas humanoides, se habían convertido en uno de los espectáculos en directo más populares en las colonias y planetas nativos thranx.

Truzenzuzex, por lo menos desde el tórax para arriba, daba la impresión de estar hecho de goma.

Malaika estrechó las manos de los dos y después le proporcionó a Flinx otra pequeña sorpresa. El mercader extendió su cabeza y colocó su nariz contra la antena del insecto. Era lo más cerca que un humano podía llegar al tradicional saludo thranx de entrelazar antenas. Pero claro, se recordó a sí mismo, un hombre que tenía negocios con tantas razas como Malaika debía conocer todos los gestos como cosa corriente y comercial.

—¡Sentaos, sentaos! —rugió en lo que sin duda él consideraba como un suave tono de voz—. ¿Qué os parece mi pequeña newenzangu? Compañera —añadió al ver la perplejidad en sus rostros.

Torció su cabeza en la dirección en que había partido la muchacha.

Tse-Mallory no dijo nada, pero el guiño de sus ojos fue suficiente. Truzenzuzex fue más lejos.

—Si interpreto correctamente los actuales valores humanos, me aventuraría a decir que una tal proporción entre la marmórea carne y la anchura de la región pélvica sería considerada como más estética de lo que es corriente.

Malaika bramó.

—¡Por las estrellas, sois un científico, señor! ¡Sin duda alguna, tenéis poderes de observación! ¿Qué puedo ofreceros de beber?

—Cerveza de jengibre, si tenéis un buen año, para mí.

—¡Bah! Lo tengo, pero os doy mi palabra, señor, de que os habréis ablandado si sois el mismo Tse-Mallory del que he oído hablar. ¿Y vos, señor?

—¿Por casualidad tendríais un poco de brandy de albaricoque?

—¡Oh, oh! ¡Un gourmet, además de un hombre de ciencia! Creo que puedo complaceros, buen filósofo. Pero será necesario un viaje a las bodegas. No recibo a menudo un invitado tan selectivo.

La sombra que les había conducido desde el ascensor todavía estaba como un fantasma en el fondo de la habitación. Malaika le hizo una seña.

—Cuídate de ello, Wolf.

El centinela se inclinó imperceptiblemente y abandonó la habitación, llevándose consigo algo que estaba en la atmósfera. Más sensitivo a ello que los otros, Flinx se sintió aliviado cuando la presencia del hombre hubo desaparecido.

Entonces por primera vez aquella voz campechana perdió algo de su tono zumbón.

—¿Qué os trae a los dos aquí en Drallar? Y de una forma tan silenciosa, además.

Miró penetrantemente de uno a otro rostro imperturbable, acariciando lentamente aquella rica barba asiría.

—Por más que mi ego se sentiría halagado, no puedo creer que una entrada tan clandestina en nuestra bella ciudad haya sido efectuada puramente por el placer de disfrutar de mi compañía.

Se inclinó hacia adelante expectantemente, en una forma que sugería que podía olfatear el dinero tan bien por lo menos como Madre Mastín.

Malaika, no tan alto como Tse-Mallory, era por lo menos dos veces más ancho y tenía la construcción de un luchador de edad madura. Unos dientes asombrosamente blancos brillaban sobre la oscura cara que llevaba el sello de los reyes de los antiguos Monomotapa y Zimbabwe. Masivos y peludos brazos emergían de las mangas de la túnica de una sola pieza de semiseda que llevaba descuidadamente anudada a la cintura. Unas piernas que hacían juego con un aspecto tan sólido como los árboles mothianos de madera de hierro, sobresalían desde las rodillas entre los plegados frunces. Los cortos y nudosos dedos de los descubiertos pies tenían una gran semejanza con los parásitos leñosos que a menudo infestaban tales brotes. Por lo menos, en uno de los pies. La otra pierna, como Flinx no ignoraba, terminaba en la rodilla. Engrasados por los créditos, los cirujanos protéticos habían hecho todo lo que pudieron para conseguir que la pierna izquierda igualase a su natural pareja de la derecha. El resultado no era completamente perfecto.

La verdadera (Flinx lo había sabido a través de una charlatana joven en una de las fiestas de Malaika) la había perdido durante la juventud. Se encontraba en una expedición para reunir pieles en el planeta de un sol menor en Draco, cuando habían sido atacados por un lagarto de los hielos. Siendo sorprendidos, de una manera más bien estúpida, lejos de sus armas, habían presenciado, sin poder intervenir, cómo el carnívoro instintivamente buscaba el miembro más débil de la expedición, la joven contable. Sólo Malaika había intervenido. A falta de un arma adecuada, había asfixiado a la bestia por el sencillo procedimiento de embutir su pierna izquierda en su garganta. Era la clase de extrema proeza que uno no se esperaría del pragmático mercader. Desgraciadamente, por el tiempo en que se le pudieron prestar los cuidados médicos necesarios, el miembro había sido desgarrado y helado sin posible reparación.

—Ni intentamos ni esperamos decepcionarte, amigo Malaika. Estamos, en realidad, sobre la pista de algo que tenemos buena razón para pensar que encontrarías valioso. Para nosotros, sin embargo, significa mucho más que unos miserables cientos de millones de créditos.

Flinx tragó saliva.

—Pero —continuó Tse-Mallory— nuestros recursos personales son limitados, y nos vemos forzados, por tanto, a buscar una fuente de apoyo exterior. Alguien con una cédula de créditos abierta y una boca cerrada.

—Y habéis dirigido vuestros pasos hacia mí. ¡Bien, bien, bien! Parece que después de todo me voy a sentir halagado. No sería sincero si no dijese que lo estoy. Sin embargo, debéis, por supuesto, probar que aquello para lo cual necesitáis que os provea de crédito va a ser provechoso para mí... en buenos créditos, no en intangibles filosóficos... Perdonadme, amigos. Contadme más sobre este asunto que vale más que unos pocos millones de créditos.

—Habíamos pensado que ésa sería tu reacción. A decir verdad, cualquier otra nos hubiera parecido sospechosa. Es una de las razones por las que creemos que podemos tratar abiertamente con vuestro tipo de persona.

—Qué reconfortante saber que me consideráis tan fácilmente predecible —dijo Malaika secamente—. Seguid.

—Podríamos habernos dirigido a alguna organización gubernamental. Las mejores están corrompidas con demasiada frecuencia, a pesar de lo que diga la Iglesia. Podríamos haber acudido a una gran organización filantrópica. Tienen demasiada tendencia a escandalizarse. Al final decidimos que lo mejor sería acudir donde la promesa de mucho crédito aseguraría la exclusividad de nuestra empresa.

—Y suponiendo que yo estuviese de acuerdo en poner la fecha para esta aventura, ¿qué garantía tenéis de que no os mataré inmediatamente que se demuestre el éxito y regrese con el objeto de la búsqueda y dos cheques cancelados?

—Muy sencillo. Primero, y aunque pueda parecer extraño, sabemos que sois fiable y razonablemente honrado en vuestros asuntos comerciales. Esto ha resultado ser una de vuestras mercancías en el pasado y lo será de nuevo, a pesar de la imagen sedienta de sangre que vuestros publicistas disfrutan presentando al crédulo público. En segundo lugar, no sabemos qué es lo que buscamos, pero lo sabremos cuando lo hayamos encontrado. Y hay una excelente posibilidad de que no encontremos nada en absoluto. O peor, podemos encontrar algo que permanezca sin valor para nosotros, a causa de su incomprensibilidad.

—¡Bien! ¡Cualquier otra idea, y yo habría sentido sospechas! Mi curiosidad crece por momentos. Aclaradme en beneficio de mi pobre e ignorante mente de comerciante por qué yo, por favor.

Truzenzuzex ignoró la pulla y ejecutó el equivalente thranx a un encogimiento de hombros.

—Necesitábamos a alguien. Como ya hemos mencionado, vuestra reputación de honestidad en un negocio notorio por sus traiciones hizo que mi hermano espacial os seleccionara.

«Otra revelación», pensó Flinx.

—El propio Moth está cerca de nuestro objetivo... en un sentido relativo únicamente; así que no os reportaría ningún bien y sí muchos gastos tratar de encontrarlo por vuestra cuenta. Además, otra nave partiendo de Moth no significaría nada con su constante flujo de navegación interestelar. Nuestro curso no sería sospechado desde aquí, mientras que en otro lugar podría engendrar unas cavilaciones que no deseamos. Los comerciantes, sin embargo, a menudo vuelan en unas tangentes peculiares para alejar a los competidores.

En este punto llegaron las bebidas. La conversación se suspendió por mutuo consentimiento, mientras los dialogantes sorbían sus refrescos. Flinx probó el jarro de cerveza de Tse-Mallory y lo encontró delicioso, aunque flojo. Malaika terminó de un solo trago por lo menos con la mitad del contenido de un gigantesco tanque. Se secó la espuma de sus labios con la manga de su inmaculada túnica, manchándola de manera irreparable. Conociendo el valor del tejido en el mercado, Flinx no pudo evitar parpadear.

—Pido perdón de nuevo por mi torpeza, señores, pero entiendo que sea cual sea la competencia, va a ser disuadida de la idea de reemplazarme —se volvió directamente hacia Tse-Mallory—. Aunque aparentemente ya no estáis concertado por la Iglesia de forma oficial, sociólogo, confieso que siento curiosidad por conocer el motivo de que no os acercaseis a ellos en busca de ayuda.

—Mis relaciones con la Iglesia Unida, Malaika, hace muchos años que no han sido estrechas. Mi partida fue bastante amistosa, pero hubo una cierta cantidad de amargura inevitable en algunos lugares acerca de mi marcha... Digamos que los asuntos se complicarían si les revelásemos nuestros conocimientos en este momento. Y eso sería necesario para asegurar su ayuda.

—Bien, ya es bastante descortesía. No hurgaré en la llaga. Quizá debiéramos adentrarnos en...

Hizo una pausa y miró a su derecha. Tse-Mallory y Truzenzuzex siguieron la dirección de su mirada.

Incómodo, Flinx cambió de postura en el suelo. Se las había arreglado para oír todo aquello permaneciendo completamente disimulado, aunque bien a la vista. Un arte que había aprendido de cierto anciano, paciente y muy artero. Ayudado por sus propias y extrañas habilidades, aquello le había servido muy bien más de una vez.. Pero aquellos tres eran mucho más observadores que la gente que uno se encontraba en la plaza del mercado. Podía ver claramente que tendría que marcharse. ¿Por qué no voluntariamente?

—Oh, señores. Podría... Si vos, honorable anfitrión, me indicáis la dirección de una despensa, me comprometeré a salir instantáneamente y sin pena de vuestra presencia.

Malaika se rió ensordecedoramente.

—La astucia es digna de alabanza, joven. Así que en lugar de enviarte a casa..., accedo a tu petición. Vuelve al vestíbulo, segunda puerta a la derecha. Allí encontrarás alimento suficiente para conservarte ocupado durante unos cuantos minutos.

Flinx se desenroscó de la posición de loto en el suelo y partió en la dirección indicada. Hasta que estuvo fuera del alcance de la vista, sintió sus ojos y mentes sobre él; después la presión se relajó. La jovialidad de Malaika no le engañaba. Quizá hubiese oído ya más de lo conveniente. Estaba profundamente interesado en las respuestas a un buen número de preguntas que sin duda Malaika estaba haciendo a sus invitados y abrigaba la idea de localizar un buen emplazamiento para escuchar, en una sección de pared fina. Pero la cabeza de la muerte había vuelto a aparecer y se había estacionado junto a la entrada de la sala. Los azules ojos se habían posado en él una vez, como si no fuese merecedor de una segunda mirada. Flinx se irguió, después suspiró. Tendría que contentarse con lo que pudiese recoger sin contacto visual. Podía además aprovechar la otra oportunidad mientras la tuviese. Echó a andar.

La despensa era fantástica. Casi olvidó la insólita sucesión de incidentes que le habían traído, mientras él y el minidrag se atiborraban en aquel almacén de golosinas. Había llegado al punto de la elección entre champaña terráqueo y menta de pino de Barrabás cuando una corta serie de pensamientos extraordinariamente raros atravesaron su abierta mente. Se volvió y advirtió que la puerta de la habitación a su derecha estaba ligeramente entornada. Las inquietantes subvocalizaciones venían de allí detrás. Ni por un momento dudó de que aquella puerta, con toda seguridad, debía encontrarse cerrada. Cautelosamente, con una rápida ojeada a la entrada de la cocina, se acercó hasta la puerta y la entreabrió otra pulgada.

La habitación próxima a la cocina era estrecha, pero larga. Probablemente recorría toda la longitud de este radio de la torre. Su función, por lo menos, resultaba inconfundible. Era un bar. Con la idea de localizar una bebida todavía más apetitosa y su curiosidad estimulada, se dispuso a entrar sólo para detenerse rápidamente.

La habitación ya estaba ocupada.

Una figura estaba acurrucada junto a la pared opuesta, con su cabeza fuertemente colocada sobre ésta. Al otro lado de la cabeza pudo apreciar la silueta de una rejilla de ventilación o algo similar. El rostro de la figura estaba vuelto, y por tanto oculto. El metal y la madera que podía ver eran delgados y ligeros. Las voces en la otra habitación llegaban claramente hasta él, incluso desde donde estaba en la cocina.

Empujó suavemente la puerta hacia atrás, tan lentamente como le fue posible. Totalmente absorta en la conversación que se desarrollaba al otro lado de la pared, la figura no pareció advertir su silenciosa aproximación. Ahora podía verse que la rejilla era mucho más grande de lo que sería requerido para fines de ventilación. Parecía suelta y probablemente giraba sobre goznes. Los desperdicios podían pasarse por allí desde la otra habitación y ser depositados en unidades apropiadas próximas. En una mano tenía una gruesa rebanada de queso Bice especiado y entre sus dientes una pierna de faisán. Su mano libre buscó el estilete oculto en su bota; después se detuvo. Los pensamientos de la figura no tenían la frialdad ni la clara lógica del espía o asesino profesional. Todo lo contrario. Además, los asesinos sordos eran raros, y éste todavía no se había dignado reconocer su presencia.

Tomó una rápida decisión y extendió un pie, propinando un sólido golpe a la porción más prominente de la figura en equilibrio. Esta profirió un único chillido y cayó disparada a la habitación de abajo a través de la rejilla. En menos de un segundo, abandonó desconsoladamente el queso y el faisán y se echó a rodar detrás, aterrizando al otro lado sobre sus pies. Las sobresaltadas caras de Malaika, Tse-Mallory y Truzenzuzex contemplaban la escena con asombro. La figura estaba de pie a su lado frotándose la parte herida, maldiciéndole constante y fluentemente. Mientras esquivaba los dedos dirigidos hacia su garganta, advirtió con aire ausente que la figura era la de una mujer. A disgusto asumió una pose defensiva, piernas aparte, rodillas ligeramente dobladas, brazos separados y hacia adelante. En un hombro Pip se agitaba nerviosamente, extendiendo las plegadas alas en un gesto preparatorio a la toma de vuelo del minidrag.

La mujer hizo un movimiento como si fuese a atacar de nuevo, pero se congeló ante el aullido que llegó en la dirección de Malaika.

—¡Atha!

Ella giró para enfrentarse a él.

El enorme mercader se interpuso entre los dos a grandes zancadas. Sus ojos fueron del uno al otro, fijándose finalmente con expresión dura sobre Flinx.

—¿Y bien, kijana? ¡Te sugiero algo profundo y rápidamente!

Flinx intentó mantener su voz tan tranquila como le fue posible, a pesar del bombeo de adrenalina a través de su organismo.

—Estaba en la despensa, y casualmente advertí que la puerta de la habitación de al lado estaba abierta. (No importaba por qué lo había advertido.) Miré en el interior y vi una figura..., esta figura... agazapada cerca de una rejilla. Con certeza la habitación debía haber estado cerrada. Supuse que esto no formaba parte de vuestra forma habitual de celebrar charlas privadas de negocios y, por tanto, decidí exponer el asunto —y la persona— allí donde el aire es más claro. Si he roto algún fetiche o tabú vuestro, lo siento.

—¡Qué!

Después captó el humor de aquello e hizo una mueca.

—¿Crees que me gusta la brujería, eh, kijana?

—Era una idea, señor.

—¡Adabu! No, hiciste bien, Flinx.

Volvió una mirada furiosa hacia la muchacha. Ella se encogió, retrocediendo ligeramente ante aquel rostro borrascoso, pero sin que la expresión obstinada dejase por un momento su cara. De alguna forma, ella encontraba modo de aparecer en su derecho.

—¡Maldita seas, muchacha, doblemente malditos y ruinosos impulsos! ¡Te he hablado de esto antes! —sacudió la cabeza exasperado—. De nuevo, kwa ajili ya adabu, por no crear un escándalo te perdono. Vete al puerto y comprueba la nave.

—Hace sólo una semana ya fue comprobada y no había nada extraño...

—¡Agggh! —Levantó una mano del tamaño de un jamón—. Sugiero con insistencia... que tú...

Ella evitó la mano que descendía y salió corriendo. La mirada que lanzó hacia Flinx cuando se marchaba fue breve, pero lo bastante caliente como para derretir una aleación de duraluminio.

Malaika retuvo el aliento y pareció algo más calmado.

—¿Cuánto has oído de lo que ella oyó?

Flinx mintió. En la actual situación lo consideró más que ético.

—Lo suficiente.

—¡Vaya, vaya! —el mercader reflexionó—. Bien, quizá resulte bien, después de todo. Probablemente tú serás el más agudo de los dos, chico, pero yo en tu lugar me alejaría de Atha por un tiempo. ¡Me temo que tu método de presentar tus primeros saludos nunca reemplazará a un apretón de manos —tembló de risa ante su propia agudeza. Extendió un brazo como para abrazar a Flinx por los hombros, pero lo retiró apresuradamente ante un gesto de aviso de Pip.

—¿Ella trabaja para vos?

Era una pregunta retórica. Pero Flinx sentía curiosidad por conocer la posición de una muchacha que podía inspirar tal confianza en Malaika para tratarla tal como había hecho, sin miedo a represalias.

—¿Atha? Oh, sí —miró en la dirección por la que la muchacha había desaparecido—. Es difícil que una mwanamke tan feroz tenga la paciencia para ser copiloto en una nave espacial, ¿verdad? Ha estado conmigo en calidad de tal hace ahora seis años.

Flinx volvió a asumir su antigua posición en el suelo. En respuesta a la inquisitiva mirada de Tse-Mallory, Malaika dijo:

—He decidido que nuestro joven amigo nos acompañará en el viaje. Sé lo que me hago, gentiles señores. Si el viaje resulta largo y tedioso, nos proveerá de distracción. Además es listo como una ardilla. También posee algunas peculiares habilidades que podrían sernos útiles, a pesar de su espíritu caprichoso. Es un tema al cual pensé dedicar en el pasado más atención, pero nunca tuve el tiempo necesario.

Flinx levantó la vista con interés, pero no pudo detectar nada, aparte de la vena de genialidad superficial del mercader.

—En cualquier caso, es demasiado pobre y lo bastante rico para ser una amenaza para nosotros. Y le creo honrado de una forma ofensiva. Aunque ha tenido amplia oportunidad para robar en mi casa, nunca lo ha hecho..., por lo menos que yo sepa.

—Su honradez no ha sido nunca puesta en duda —dijo Truzenzuzex—. No tengo objeciones a la presencia del muchacho.

—Ni yo —añadió Tse-Mallory.

—Entonces, sociólogo, ¿queréis continuar con vuestra narración?

—En realidad, no hay mucho nuevo que contar. Me gustaría que lo hubiese. Como quizá conozcáis, mi compañero y yo abandonamos nuestras respectivas carreras y regulares operaciones hace unos doce años para investigar conjuntamente la historia y civilización de los Tar Aiym.

—Algunas noticias sobre vuestro trabajo se han filtrado hasta mi nivel. Continuad. Naturalmente estoy interesado en cualquier cosa que tenga que ver con los Tar Aiym... o sus obras.

—Eso habíamos supuesto nosotros.

—Perdón, señor —interrumpió Flinx—. Por supuesto, conozco a los Tar Aiym, pero únicamente por rumores y libros. ¿Quizá podríais decirme más, por favor?

Apropiadamente, hizo un gesto de excusa.

Puesto que Malaika no puso objeciones, quizá no considerando la información innecesaria él mismo, Tse-Mallory accedió a ello.

—De acuerdo entonces, chico —tomó otro largo sorbo de su bebida—. Tan aproximadamente como hemos podido determinar, hace ya unos 500.000 años terráqueos estándar, esta zona de la galaxia estaba, lo mismo que ahora, ocupada por un gran número de diversas razas altamente inteligentes. La más fuerte entre ellas era con mucho la de los Tar Aiym. La mayor parte de su tiempo y esfuerzos eran aparentemente absorbidos por las guerras con sus vecinos menos poderosos, tanto, según parece, por el placer de la guerra en sí misma como por la riqueza que les reportaba. En algún momento, el imperio Tar Aiym cubrió esta sección del espacio en una profundidad de cuatro cuadrantes y. en una anchura de, por lo menos, dos. Quizá más.

«Cualquier razón que pudiésemos adelantar para explicar la total desaparición de los Tar Aiym y de la mayor parte de las razas súbditas sería casi únicamente una conjetura. Pero trabajando concienzudamente con fragmentos, piezas de mitos y rumores y con unos pocos hechos sólidamente documentados, hemos ensamblado una explicación que parece ofrecer más que las otras.

»En el cenit de su poder, los Tar Aiym se encontraron con una raza más primitiva hacia el centro de la galaxia. Esta raza no era igual a los Tar Aiym intelectualmente, y habían viajado por el espacio desde hacía poco tiempo. Pero eran tremendamente tenaces y se multiplicaban a una velocidad extraordinaria. Resistieron con éxito todos los esfuerzos de ser forzados a aceptar la hegemonía Tar Aiym. De hecho, bajo los impulsos provocados por la presión de los Tar Aiym, comenzaron a hacer grandes progresos y a extenderse rápidamente hacia otros sistemas.

«Aparentemente, los gobernantes Tar Aiym hicieron una cosa de lo más extraña. Se dejaron llevar por el pánico. Orientaron su ciencia bélica hacia el desarrollo de nuevos y más radicales tipos de armas para combatir esta supuesta nueva amenaza que venía del centro. Constantemente, sus grandes laboratorios pronto ofrecieron nuevas posibilidades. Finalmente lo que desarrollaron fue una especie de mutación bacteriana. Se multiplicaba a una velocidad extraordinaria, viviendo de su propio ser si no había ningún otro disponible. Era total e irremediablemente mortal para cualquier criatura que poseyese un sistema nervioso más complicado que el de los invertebrados superiores.

—A partir de aquí —continuó Truzenzuzex—, la historia es directa y sencilla. La plaga funcionó como los dirigentes de los Tar Aiym habían esperado, hasta el extremo de hacer desaparecer por completo a sus enemigos. También eliminó completamente a los mismos Tar Aiym y a la mayor parte de la vida inteligente y semi inteligente en ese gigantesco sector del espacio conocido por el nombre de Blight. ¿Lo conoces, Flinx?

—Seguro. Es una gran sección que se extiende entre esta parte y el centro. Cientos de mundos donde nada inteligente vive. Algún día serán de nuevo habitados.

—Sin duda. Por ahora, sin embargo, están únicamente ocupados por los animales inferiores y las ruinas de antiguas civilizaciones. Afortunadamente, el resto de las razas que viajaban por el espacio fueron informadas de la naturaleza de la plaga por los últimos restos de los moribundos Tar Aiym. Una estricta cuarentena debe haber sido decretada, porque durante siglos parece que no se permitió que nada entrase o saliese del Blight. De otra forma, es probable que ninguno de nosotros estuviese sentado aquí ahora. Sólo en tiempos recientes los sistemas del Blight han sido redescubiertos y explorados, aunque algo valientemente.

—El tabú permanece, aunque la razón que había detrás ha desaparecido —dijo Malaika tranquilamente.

—Sí. Bien, algunas de las razas aisladas en el borde de la zona epidémica se extinguieron con bastante lentitud. Por medio de la retransmisión interespacial o de algún ingenio similar se las arreglaron para pasar algunos fragmentos de hecho, describiendo el Armagedón. Inocentes y culpables murieron por igual, mientras la plaga se extinguía por sí sola. ¡Gracias sean dadas a la Colmena de que todo rastro del germen hace ya largo tiempo que ha desaparecido del cielo de las cosas!

—Amén —murmuró Malaika sorprendentemente. Después más alto—: Pero por favor, gentiles señores, al grano. Y el grano es... crédito.

Tse-Mallory reemprendió de nuevo la narración.

—Malaika, ¿has oído alguna vez hablar del Krang?

—No. Yo... no. ¡Un minuto! —Las espesas cejas del comerciante se fruncieron pensando—. Sí, sí, creo que sí. Forma parte de la mitología de la raza Branner, ¿no?

Tse-Mallory hizo una señal de asentimiento.

—Así es. Los Branner, como quizá recordéis, ocupan tres sistemas estelares en la periferia del Blight, frente a Moth. Según una antigua leyenda de su pueblo, transmitida desde los tiempos del cataclismo, aunque los Tar Aiym estaban fuertemente presionados por la necesidad de hallar una solución a la amenaza del centro, no habían abandonado, sin embargo, todas las formas de desarrollo y experimentación no bélicas. Como ya sabemos con seguridad, los Tar Aiym fueron extraordinariamente aficionados a la música.

—Marchas, sin duda —murmuró Truzenzuzex.

—Quizá. De todas formas, una de las grandes obras que su cultura supuestamente produjo, fue un enorme instrumento musical llamado el Krang. En teoría, fue terminado en los últimos días del Imperio, cuando la plaga comenzaba a hacerse sentir en planetas de éste, además de en los del enemigo.

—¿Ili? —dijo Malaika.

—En la parte del Blight que se encuentra a casi ciento cincuenta pársecs del Branner, se asienta el planeta nativo de una primitiva raza de homínidos, poco visitado por el resto de la galaxia. Están muy alejados de las principales rutas comerciales y tienen poco valor que ofrecer, tanto en productos como culturalmente. Son agradables y pacíficos. Parece que antiguamente conocieron la navegación espacial, pero volvieron a una civilización preatómica, y sólo recientemente han comenzado a dar señales de renacimiento científico. También tienen una leyenda en relación al Krang, lo que es muy interesante. Sólo que en su versión no es un ingenio artístico, sino un arma para la guerra, que los científicos Tar Aiym estaban perfeccionando al tiempo que la plaga, antes de que ésta fuese utilizada en forma amplia. Según la leyenda, estaba principalmente destinada a ser un arma defensiva y no ofensiva. Si esto es así, sería la primera vez que sepamos por la literatura que los Tar Aiym se hubiesen visto forzados a construir un artificio para fines defensivos. Esto contradice todo lo que conocemos de la psicología Tar Aiym y demuestra lo severamente que ellos creyeron estar presionados por su nuevo enemigo.

—Una dicotomía fascinante —dijo Malaika—. ¿Y tenéis alguna indicación de dónde puede estar esta arma, o laúd, o cualquier cosa que sea? Lo que fuese tendría un gran valor en los mercados de la Liga.

—Cierto, aunque nosotros solamente estamos interesados en sus propiedades científicas y culturales.

—¡Por supuesto, por supuesto! Mientras mis contables estiman su valor neto, vosotros podréis edificar teóricas racionalizaciones de su interior en la forma que más os plazca... siempre que seáis capaces de poner las piezas juntas de nuevo. Ahora solamente una pregunta: ¿dónde está esa enigmática cueva del tesoro?

Se inclinó hacia adelante ansiosamente.

—Bien, casi lo sabemos con exactitud —dijo Tse-Mallory.

—¿Casi exactamente? Os recuerdo que mi mente es débil, gentiles señores. Perdonadme, pero confieso falta de comprensión.

Truzenzuzex suspiró de una manera que sonó muy humana. El aire explotó sordamente al ser expulsado de las espículas respiratorias de su antetórax.

—El planeta donde supuestamente se encuentra el Krang fue descubierto accidentalmente hace casi un año-t por un prospector trabajando independientemente en el Blight. Buscaba metales pesados y los encontró. Pero no estaban dispuestos en el terreno de la forma que él hubiera esperado.

—Este individuo debe haber tenido patrocinadores — dijo Malaika—. ¿Por qué no fue a ellos con esta información?

—El hombre tenía una gran deuda con mi hermano espacial. Conocía su interés en las antigüedades Tar Aiym. Proporcionar a Bran esta información era su forma de pagar la deuda. Era de una naturaleza personal, y no tendría propósito hablar aquí de ello. Habría sido una devolución más que equitativa.

—¿Habría sido? —El humor de Malaika degeneraba visiblemente hacia la irritabilidad—. Vamos, vamos, gentiles señores. Toda esta sutil evasión adormece mi mente y acorta mi paciencia.

—No se pretende ninguna evasión, mercader. El hombre tenía que reunirse con nosotros en nuestro alojamiento en la sección del mercado de la ciudad trayendo un mapa estelar donde estaban anotadas las principales coordenadas del planeta. Como previamente nos habíamos puesto de acuerdo en proponeros ser nuestro fiador, los tres vendríamos después a esta casa. Cuando él no se presentó como estaba previsto, después de algunas deliberaciones decidimos buscaros de todas formas, con la esperanza de que con vuestros recursos podríais descubrir alguna pista del lugar donde se encontraba. En cualquier caso, hubiera sido difícil mantener nuestra independencia por mucho más tiempo. A pesar de todos nuestros esfuerzos, no tenemos aspecto de turistas. Personas entrometidas ya habían comenzado a hacer preguntas incómodas.

—Haré que... —comenzó Malaika, pero Flinx le interrumpió.

—¿Vuestro amigo tenía por casualidad el cabello rojo?

Tse-Mallory se dio la vuelta con violencia. Durante un segundo, Flinx tuvo una rápida visión de algo aterrador y sangriento que hasta entonces el sociólogo había conservado bien enterrado bajo un exterior plácido. Desapareció tan rápidamente como había venido, pero una huella persistía en los vigorosos y militares tonos de su voz.

—¿Cómo averiguaste eso?

Flinx extrajo de su bolsillo la arrugada pieza de plástico y se la tendió a un atónito Truzenzuzex.

Tse-Mallory se recobró y miró la desplegada hoja. Flinx continuó tranquilamente:

—Tengo el presentimiento de que es vuestro mapa estelar. Estaba en camino hacia el establecimiento del Pequeño Symm cuando una conmoción en una callejuela atrajo mi atención. Normalmente la hubiera ignorado. Así hay que hacer en Drallar, si uno desea vivir largo tiempo. Pero por razones desconocidas y tres veces malditas, mi mascota —hizo un gesto hacia Pip— sintió curiosidad y se le metió en la cabeza investigar. Los ocupantes de la calleja se enfadaron ante su presencia. Una pelea no muy divertida estaba en curso, y en la situación que siguió el único argumento que tuve fue mi cuchillo.

«Vuestro amigo había sido atacado por dos hombres profesionales, por su aspecto y sus acciones. No eran muy buenos. Yo maté a uno de ellos y Pip terminó con el otro. Vuestro amigo ya estaba muerto. Lo siento.

No mencionó su anterior encuentro con los tres.

Tse-Mallory estaba mirando a Flinx.

—Bien. Antes se dijo que fue una circunstancia casual la que hizo que nos fijásemos en ti. Ahora parece haber sido así por partida doble.

Fue interrumpido por un decidido Malaika que agarró el mapa y se dirigió al lado de una lámpara flexible. Colocando el poderoso rayo de luz en la posición adecuada, comenzó a estudiar con gran deliberación las líneas y símbolos en el mapa. Las motas de polvo danzaban en espiral en la amortiguada luz.

—Una mascota extraordinariamente extraña y versátil —comenzó Truzenzuzex ociosamente—. He oído hablar de ellas. El nivel de la mortalidad producida por su veneno es notoriamente alto, dándoles una reputación completamente desproporcionada a su número y disposición. Afortunadamente, tengo entendido que no atacan sin una fuerte provocación.

—Eso es cierto, señor —dijo Flinx, rascando al objeto de la discusión a un lado de la estrecha cabeza—. El médico de una nave en el puerto me dijo que había conocido a un científico que había estado realmente en Alaspin. El minidrag procede de allí, como sabéis. En su tiempo libre, el hombre había hecho una limitada investigación sobre ellas.

»Me dijo que parecían orgullosas —lo que era una extraña forma de describir a un reptil venenoso—, pero inofensivas, a menos que, como dijisteis, sean provocadas. Pip ya estaba bastante domesticada cuando yo la encontré. Por lo menos, nunca he tenido ningún problema con ella. La gente de mi área ha aprendido a tolerarla, principalmente porque no pueden escoger.

—Una actitud comprensible —murmuró el filósofo.

—El amigo de este doctor estaba con una expedición que fue a Alaspin para estudiar las ruinas de su antigua civilización. Exponía la teoría de que los antepasados del minidrag quizá habían sido criados como animales domésticos por los que produjeron esa cultura. Una crianza selectiva explicaría alguna de sus peculiares características; por ejemplo, no tienen enemigos naturales en el planeta. Afortunadamente, su tasa de natalidad es muy baja. Son omnívoros, además de carnívoros. Averigüé muy pronto lo que eso significaba cuando Pip comenzó a comer pan al no poder encontrar carne. Oh, sí, también dijo que se sospechaba que eran telépatas por empatia. Esa es la razón por la que nunca soy engañado en el mercado, en negocios o en apuestas. Pip es sensitiva a ese tipo de cosas.

—Una criatura fascinante, vuelvo a repetir —continuó Truzenzuzex—. Un tema que me gustaría profundizar. Sin embargo, no soy un herpetologista. No creo que valiese la pena justamente ahora. Hay demasiadas cosas en mi cabeza.

La confesión no resultó completamente sincera, como Flinx podía leerla. No completamente.

Malaika extendió su cuello sobre el mapa, siguiendo con sus dedos las líneas sobre el plástico y asintiendo de cuando en cuando para sí mismo. Finalmente levantó la vista.

—El planeta en cuestión rodea una estrella de tipo sol, GO, en los cuatro quintos del camino hacia Centro Gal, directamente a través del Blight. Todo un viaje, gentiles señores. No provee mucha información sobre el propio planeta, pero quizá sea suficiente. Tipo terráqueo. Algo más pequeño, atmósfera marginalmente más fina, proporción más elevada de ciertos gases... helio, por ejemplo. Además, ochenta y uno con dos por ciento de agua. Deberíamos tener pocas dificultades para nuestro hallazgo.

—A menos que por casualidad esté sumergido —dijo Truzenzuzex.

—Quizá. Prefiero no considerar posibilidades molestas para el hígado. Además, si tal fuera el caso, no creo que vuestro amigo el prospector hubiese podido encontrarla. Llevaremos el mismo tipo de instrumentos de detección de metales pesados de todas formas, pero apostaría a que se encuentra sobre el nivel del agua. Si no recuerdo mal, la información que tenemos sobre los Tar Aiym sugiere que eran cualquier cosa, excepto acuáticos, en su complexión.

—Eso es verdad —admitió el filósofo.

—Viajaremos la mayor parte del camino a través de áreas no exploradas, pero, después de todo, una sección del vacío se parece muchísimo a otra. No preveo problemas. Esto probablemente quiere decir que habrá un mavuno de ellos. Por lo menos, estaremos cómodos. El Glory no estará abarrotado con nosotros.

Flinx sonrió, pero tuvo cuidado de ocultar su sonrisa al mercader. El origen del nombre de la nave de carrera privada de Malaika era un chiste bien conocido entre aquellos que estaban en el secreto. La mayoría pensaban que era una antigua palabra terráquea que significaba yacimiento mineral...

—A menos, por supuesto, que ese arma, o lo que sea, vaya a ocupar todo el espacio. ¿Qué tamaño dijisteis que tenía?

—No lo dije —replicó Tse-Mallory—. Tenemos tanta idea como vos. Sólo sabemos... que es grande.

—¡Hum! Si resultase demasiado grande para subirla en el carguero, tendremos que volver a buscar un transporte regular. Preferiría sentarme encima, una vez que la hayamos encontrado, pero en esa zona no hay estaciones de transmisión. Si ha permanecido allí sin que nadie la tocase durante unos cuantos milenios, esperará unos pocos días más —enrolló el mapa—. Entonces, señores, si no hay objeciones, no veo ninguna razón por la cual no podamos partir mañana.

No había ninguna.

—Un brindis entonces. ¡Por el éxito y el provecho, no necesariamente en ese orden! ¡Nazdrovia! —levantó su tanque.

—Por la Iglesia y la Liga —murmuraron a una el hombre y el thranx suavemente.

Sorbieron lo que quedaba de sus bebidas.

Malaika eructó una vez mirando a través de la pared de cristal al punto donde el sol de Moth se hundía rápidamente detrás de las rociaduras de la niebla.

—Es tarde. Mañana entonces, en el puerto. Los guías de los muelles os dirigirán a mi pista. El carguero nos llevará a todos en un único viaje. Yo necesito poco tiempo para poner mis asuntos en orden.

Tse-Mallory se levantó y se desperezó.

—¿Puedo preguntar quiénes somos todos?

—Los cuatro que estamos aquí, Wolf y Atha para atender la nave y, por supuesto, Sissiph.

—¿Quién? —preguntó Tse-Mallory.

—El Lince, el Lince —susurró Truzenzuzex, haciendo muecas y dando golpecitos en las costillas de su hermano espacial—. ¿Han envejecido tus ojos tanto como tu cerebro? ¡La muchacha!

Caminaban por el vestíbulo.

—Ah, sí.

Se detuvieron junto al etéreo Wolf, quien les sostenía la puerta abierta. El hombre hizo un gesto, supuestamente con la intención de que resultase algo amistoso. No logró su propósito.

—Sí, un personaje muy interesante y divertido.

—Ndiyo —dijo Malaika amigablemente—. Tiene un gran aspecto, ¿no es verdad?

Mientras los otros le deseaban buenas noches al espectral portero, una mano cayó sobre el hombro de Flinx. El mercader susurró.

—Tú no, kijana. Todavía tengo que hacerte una pregunta. Espera un momento.

Estrechó la mano de Tse-Mallory y él y Truzenzuzex cruzaron sus órganos olfatorios, señalándoles el ascensor.

—¡Descansad, señores, y mañana a la primera niebla!

Wolf cerró la puerta cortando a Flinx la vista de los científicos, e inmediatamente Malaika se inclinó hacia él, mirándole de hito en hito.

—Muchacho, ahora que nuestros éticos amigos se han marchado, un punto de negocios. Los dos cadáveres alquilados, que tan merecidamente dejaste pudrir en aquella calleja, ¿tenían sobre ellos o en su ropa alguna insignia especial, algunas marcas? ¡Piensa, joven!

Flinx intentó recordar.

—Estaba completamente oscuro... No estoy seguro.

—¿Y desde cuándo ha sido eso un impedimento para ti? No andes con rodeos conmigo, kijana. Esto es demasiado importante. Piensa... o haz lo que sea necesario hacer.

—Está bien. Sí. Cuando estaba intentando arrancar ese mapa del hombre muerto, me fijé en los pies del hombre que Pip había matado. Había caído muy cerca. El metal de sus botas tenía un determinado dibujo grabado. Parecía una especie de pájaro... una representación abstracta, creo.

—¿Con dientes? —apremió Malaika.

—Sí... no... no lo sé con seguridad. ¡Qué preguntas haces, mercader! Podría serlo. Por alguna razón, durante la pelea tuve la imagen de una mujer, una mujer joven y vieja al mismo tiempo.

Malaika se enderezó y palmeó la espalda del muchacho. Su expresión era jovial, pero sus pensamientos lúgubres. Ordinariamente Flinx se hubiese resentido ante el gesto paternalista, pero esta vez, viniendo del mercader, parecía únicamente lisonjero.

—Gracias sean dadas al Mti de Miti por tus poderes de observación, muchacho. Y por tu buena memoria. —Flinx vio otra palabra: uchawi (brujería), pero no descubrió más. El hombretón cambió bruscamente de tema—. Entonces, ¿te veré en la nave?

—No me gustaría faltar. Señor, ¿puedo preguntaros la razón de vuestra pregunta?

—No puedes. Te espero en la nave mañana. ¡Que descanses!

Acompañó a un perplejo Flinx hasta el ascensor.

Durante un rato el mercader estuvo meditando tranquilamente, borboteando juramentos como espuma de caldero de su boca. Constituían los únicos sonidos en la ahora desierta habitación. Dio la vuelta y se dirigió hacia una sección de la pared aparentemente vacía. Golpeando un escondido conmutador, envió hacia arriba el panel profundamente veteado, que desapareció en el techo, para revelar un complicado escritorio. La esbelta masa de un transmisor interestelar dominaba el resto de los aparatos. Pulsó botones, giró discos, ajustó contadores. La pantalla se iluminó repentinamente, con un glorioso balón de fuego de policromía estática. Satisfecho, gruñó y cogió un pequeño micrófono.

—Canal seis, por favor. Prioridad. Deseo línea directa de persona a persona con Madame Rashalleila Nuaman, en Nínive, en el sistema de Sirio.

Una pequeña voz flotó desde el diminuto altavoz, colocado a un lado del flujo de arco iris que ondulaba sobre la pantalla.

—La llamada está siendo enviada, señor. Un momento, por favor.

A pesar de las increíbles distancias en juego, la ligera dilación era originada por la necesidad de pasar la llamada por medio centenar de estaciones retransmisoras. El tiempo de tránsito, debido a los conceptos utilizados —menores que el espacio—, era casi instantáneo.

La pantalla comenzó a aclararse, y en un corto espacio de tiempo se encontraba cara a cara con una de las diez hembras humanoides más ricas del universo.

Estaba tendida sobre una especie de sofá. En uno de los lados pudo fácilmente discernir la musculosa y desnuda pierna de alguien que le sostenía la conexión del transmisor portátil. En el fondo observó una vegetación lujuriosa creciendo en fantásticas formas y tamaños, al no tener las trabas de una pesada gravedad. Detrás estaba la cúpula aislante del vacío sin aire que constituía la atmósfera normal en Nínive.

La naturaleza luchó con la cirugía cuando la mujer compuso su cara en una sonrisa abortada y llena de dientes. Esta vez, la cirugía ganó. Intentaba ser sexy, pero para alguien que entendiese, solamente resultaba viciosa.

—¡Oh, Maxy, querido! ¡Qué sorpresa tan deliciosa! Siempre es muy agradable tener noticias tuyas. Confío en que ese encantador cuerpo tuyo esté bien, y lo mismo tus negocios.

—Yo sólo estoy bien cuando mis negocios van bien. Y por el momento van pasablemente, Rasha, sólo pasablemente. No obstante, abrigo la esperanza de que en un corto espacio de tiempo cambiarán de rumbo para mejorar. ¿Sabes? Acabo de tener una charla interesantísima con dos caballeros..., tres si contamos el pelirrojo.

Nuaman intentó proyectar una aureola de desinterés, pero la cirugía no pudo ocultar la forma llamativa en que los tendones se hincharon en su cuello.

—Muy interesante, estoy segura. Espero que resulte provechosa para ti. Pero tu tono parece implicar la creencia de que de alguna forma tengo algo que ver en el asunto.

—¿Sí? No recuerdo haber dicho nada que pudiese llevarte a esa conclusión, querida. Ah, no es el pelirrojo en quien tú estás pensando. Tus matones dieron con ése... siguiendo instrucciones, sin duda.

—Oh, Maxi, ¿qué es lo que estás pensando? ¿Por qué debería estar en Moth alguno de mis ayudantes? Mis negocios en ese planeta son pequeños, como muy bien sabes. Tú eres quien continuamente bloquea todos mis intentos de ampliar mis intereses ahí. De todas formas, no conozco muchos pelirrojos en total... Ciertamente no puedo recordar a ninguno a quien quisiese ver muerto. Un poco embarullado quizá, pero no muerto. No, querido, estás equivocado. ¡Qué conversación tan extraña! No hay nada en esa bola de basura tuya lastimosamente húmeda, pelirrojo o no, por lo que arriesgaría un asesinato.

—¡Hum! ¿Ni siquiera esto?

Levantó el mapa, doblado de forma que no pudiese ver el interior.

No tuvo importancia. ¡Lo reconoció inmediatamente! Se enderezó como un resorte y se inclinó hacia adelante de manera que su cara, como la de una bruja, pareció llenar toda la pantalla.

—¿Dónde conseguiste esto? ¡Me pertenece!

—¡Oh, vamos, Rasha, lo dudo! Échate un poco hacia atrás. Los primeros planos no son tu fuerte, ¿sabes? —Fingió examinar el mapa—: Me temo que no tiene nombre. Y además lo conseguí gracias a un pelirrojo vivo. Un muchacho, en realidad. Tuvo la ocurrencia de pasar por allí justo cuando tus «ayudantes» estaban casualmente perpetrando actos de dudosa legalidad contra el propietario original. O bien el joven es un individuo extraordinario..., cosa que me siento inclinado a creer..., o los ayudantes destinados para este trabajo eran dos subnormales de un coeficiente muy bajo... Ahora que lo pienso, también me siento inclinado a creerlo. Veo que eran tus hombres. El asunto tenía tu típico toque descarado. Únicamente quería asegurarme . Lo he hecho. Gracias, Rasha querida. Ahora, sikuzuri.

La cortó en medio de una maldición y fue en busca de Sissiph.

Después de todo, había sido un día bastante bueno.